Sorteando muchas dificultades, incluso haberme quedado sin dinero porque no hay cajeros bancarios hábiles en este fin de semana, llegué a Queniquea. Me llamó la atención la cantida de capillas que hay a lo largo de la carretera de San Pablo y Queniquea, siento que pese a ser poco transitada, tiene muy alta accidentalidad; sin embargo, lo curioso de estas capillas es que algunas rebasan los límites de la originalidad.
Queniquea se pierde entre la bruma y las montañas. La paz del pueblo innegable, todo parece estancarse en la tranquilidad de calles vacías, sin ruidos y con la frescura de un ambiente siempre verde.
Tiene pocos lugares de interés; sin embargo, todo lo compensa con la cordialidad de sus habitantes y con la quietud de la zona.
La actividad cotidiana trasciende en la plaza Bolívar, tal vez la más grande del este tachirense, la cual se encuentra perfectamente ornamentada.
Hay muchas historias sobre este pueblo que remontan a épocas del gomecismo. Se dice que sus habitantes sembraron fuerte resistencia a la dictadura y por ello hoy por hoy conocen más que ningún otro tachirense el significado de la libertad.
A medio camino de San Pablo y Queniquea
Paisajes únicos de la montaña tachirense
Una de las tantas capillas, esta fue la que más me llamó la atención
Llegando al pueblo
Plaza Bolívar
Detalle de la Plaza Bolívar con el Libertador en su corcel
Otra toma
Simón Bolívar en Queniquea
La soledad del pueblo invita a descansar de la faena diaria
La casa de las flores
Monumento en el museo de López Contreras