martes, 13 de septiembre de 2011

El Cobre, Táchira

Hoy fue una jornada donde la ambivalencia fue predominante en mi accionar; bajo este criterio tan marcado llegué a El Cobre.
El viaje lo inicié a eso de las seis de la mañana, hora en la que salí de la casa de mi amigo Douglas López en Seboruco. Tome la carretera con destino a la ciudad de La Grita y me sorprendió apreciar la cantidad de casas y urbanismos anárquicos que están tomando forma entre las dos localidades; la tendencia al crecimiento demográfico e industrial de La Grita, apreciable en el sector La Quinta, a la larga terminará absorbiendo a Seboruco.
La ramal entre Seboruco y La Grita es una vía de desviación que adquiere su forma al bifurcarse la carretera Transandina a la altura del páramo de San Telmo; de este lugar me llamó mucho la atención la presencia de palmeras aisladas, tipo de árboles que jamás vi en ningún otro páramo.
Dirigiéndome hacia el sur por la misma Transandina comienza a empinarse el trayecto y a hacer su aparición la neblina; madrugar valió la pena porque puede aprovechar el poco tráfico para detenerme y admirar el paisaje, disfrutar de la frescura y pureza de las gélidas quebradas y como no, admirar el despuntar del alba en montañas llenas de flores.
Pasado el rato de paz y soledad decidí continuar hasta el pueblo. El Cobre se caracteriza en el estado por ser una tierra productiva , dedicada netamente al agro y a la floricultura; no en vano de aquí salen las flores para mercados del exterior y para adornar los distintos eventos de sociedad de la capital del país.
El día para los cobrenses comienza muy temprano, a eso de las cuatro de la mañana ya están en sus cultivos de col, auyama, cilantro, papa y como no, flores; y sin dar margen a la pereza se disponen a producir.
No es fácil la vida para quienes habitan estos páramos. Aparte de lo anterior, los mismos productores son quienes deben comerciar sus productos en las plazas de mercado más convenientes; es por esta razón que muchas familias se han organizado para trabajar; así, mientras unos siembran, otros riegan, otros fumigan, preparan terrenos, recolectan productos y los más espontáneos, venden; todo de acuerdo a conveniencias o por turnos.
Ya avanzada la mañana me dediqué a conocer el pueblo. Si bien ya había estado aquí, siempre he dicho que es bueno observar y tomarse su tiempo para rememorar.
La bienvenida al pueblo la hace la plaza Vargas, que aunque carece de un monumento alegórico que la identifique, es el lugar de reunión de quienes habitan estas tierras. Tras esta plaza se ubican en afluencia la iglesia de San Bartolomé y la plaza Bolívar.
En la plaza Bolívar resalta la estatua del Libertador no por su magnificencia sino por un defecto en la misma; aquí al Libertador lo representaron con una desproporción en las piernas que es fácilmente apreciable a simple vista. Aparte de esto, la plaza Bolívar es emblemática por su verdor y por su ornato; la benevolencia de estas tierras se manifiesta a través del único árbol de pimiento del continente americano, especie centenaria que guarda la particularidad de haber cobijado a su sombra al Libertador a su paso por El Cobre.
Todas las calles del pueblo tienen su historia, es por ello que gran parte de la capital del municipio José María Vargas no ha sido asfaltado, sus calles están empedradas y sus habitantes se esmeran por mantenerlas limpias, por dar una buena imagen a través de las fachadas de sus casas y por una peculiar gastronomía que son fiel testimonio de la idiosincrasia cobrense.
Del mismo modo que las comunidades se han esmerado por sus casas, el clero ha hecho su aporte en sus propias instalaciones, la primera de ellas la iglesia matriz, edificada en honor a San Bartolomé, tan impactante en su interior como en su exterior. Las estatuas, las imágenes y el altar resaltan su colorida en las prístinas paredes. Otro tanto lo hace la capilla de la Virgen del carmen, patrona de la localidad sobre la que también hay una estatua monumental al sur del pueblo; esta capilla fue erigida en el año 1886 y en su interior se puede apreciar una imagen sin igual de la madre de Dios.
Sin embargo, no todo en El Cobre es color de rosa. Lamentablemente esta localidad fue una de las más afectadas por las lluvias; testimonio de ello se refleja en las innumerables fallas de borde, taludes y  presencia de maquinaria en plena carretera. Se ha trabajado incansablemente por la restitución de las vías en las aldeas, en algunos tramos de la misma Transandina que de un momento para otro fueron arrasados por las aguas del río El Cobre, pero la magnitud de los daños parecen indicar que toda reparación llevará más tiempo del que se tiene estimado; quiera Dios que no sea así.
 Páramo de San Telmo al amanecer
 Sembradíos en la carretera Transandina
 Potrero de calas
 Amanecer en las montañas tachirenses
 Casa rural de la Transandina
 En plena faena de recolección
 Campo de pompones próximo a su florescencia
 Caminería de la plaza Vargas
 Iglesia de San Bartolomé
 Interior de la iglesia matriz de El Cobre
 Carretera Transandina a su paso por El Cobre
 El Libertador en el municipio José María Vargas
 Monumento a la Virgen del Carmen a la salida de El Cobre
 Venta de artesanías de la localidad
 Iglesia de San Bartolomé
 Capilla de la Virgen del Carmen
 Interior de la capilla del Carmen
 La patrona de El Cobre
 Posada El Altillo, mi hospedaje
 La monumental imagen de la Virgen del Carmen al sur de la localidad
 Noche cobreña en la plaza Bolívar
San Bartolomé de noche