A pesar de que los últimos días fueron bastante difíciles por la adaptación la nueva integrante en el grupo de trabajo, pues nada mejor para recargar energías que estar con la familia.
La festividad del día del padre no es tan emotiva como la del día de la madre, para mi tienen igual importancia, pero para el comercio no es así, por ende, los regalos tienden a ser más modestos que los de la festividad de mayo.
Vi a San Cristóbal con un ligero cambio en cuanto a movilidad, ahora existe un par vial para las unidades de transporte público y con este me pareció que el tráfico es mucho menor que antes. La inspiración de todo es mi familia, nada más llegar a la casa y uno se siente de nuevo en su ambiente. A pesar que los conoce a todos, la ausencia siempre hace que se valoren más hasta los más nimios defectos de nuestros seres queridos.
Hoy llegamos a Torondoy después de un viaje largo, desde las 2 AM estabamos en carretera, atravesando la Panamericana hasta llegar a la intersección que nos conduce de nuevo a la montaña merideña.
Torondoy es un lindo pueblo de montaña, encumbrado en una vertiente del río Torondoy, a 1.107 metros sobre el nivel del mar. El trayecto a este pequeño pueblo ofrece vistas espectaculares de la cordillera y la llanura del lago de Maracaibo. La carretera pavimentada, parte de la Panamericana, a la altura de Nueva Bolivia y asciende serpenteando entre bosques nublados donde se destacan los troncos blancos y estilizados de los cedros. También se observan otras especies de gran tamaño, como los bucares, ceibos, guayacanes e higuerones. En un recorrido hasta el pueblo de unos 22 kilómetros surgen por todos lados escenas rurales del pasado con las mulas cargadas de café y cambures, las pequeñas casas entre los sembradíos con sus patios para el secado y las tímidas aldeas escondidas entre la bruma. Abajo el río Torondoy brama furioso en su cauce profundo y los precipicios de cientos de metros atraen nuestra mirada con una mezcla de temor y respeto.
La naturaleza de ésta región de transición entre la llanura y la serranía se ha conservado casi virgen, pues ha sido muy poco intervenida por el hombre. La abundancia de especies, tanto animales como vegetales, llamó poderosamente la atención del botánico, pintor y escritor alemán Antón Goering, en su visita a Torondoy cerca de 1870.
El pueblo consiste en unas cincuenta casas que se alínean a lo largo de la calle principal que corre de un extremo a otro, la plaza y algunas bocacalles muy empinadas que bajan del cerro, formando todo ello un conjunto bastante armónico, digno de una postal. Algunas casas coloniales de altillo, con balcones de madera, sobresalen por la altura de sus muros. El pueblo fue objeto de una restauración en 1993, durante la gestión del gobernador Jesús Rondón Nucete: se adoquinaron las calles, se refaccionaron las paredes que amenazaban con caerse y, lo más importante, se sustituyeron los horribles techos zinc oxidado por tejas. Esto, por supuesto, refrescó la apariencia del poblado.
La casa mas hermosa de todas, es la Casa de la Cultura Don Antonio María Quintero de estilo señorial a dos pisos con balcones y patio interior rodeado de galerías.
La plaza presenta jardines bien cuidados con grama y algunos arbustos como cipreses, araucarias y otros que han sido podados. La Iglesia de San José de Torondoy es de estilo tradicional, se orienta hacia el norte, con su fachada lisa decorada con pilastras, cornisas y molduras.
Una imagen realmente inspiradora ocurrió al salir de la iglesia, de todos lados surgen pájaros por estos parejes. Son las alondras que vienen de los campos vecinos a tomar sol en el poblado. Vuelan por todas partes, al lado de los picaflores y los cristofués y alegran el ambiente con su gorgojeo incesante. Torondoy puede ser llamado, con toda propiedad, el pueblo de las alondras.
Hay dos posadas en el pueblo para el alojamiento: La de la Plaza y la de la entrada, llamada Posada Torondoy. En ambas se destacan lo económico y la calidad de la comida. La gente es muy amigable, de fácil conversación y sabe tratar a los visitantes.
En Torondoy tuvimos más que todo tareas administrativas con la gestión de algunos proyectos agropecuarios, a ello se debió lo poco que conocimos del poblado. De ahí nos aventuramos a cruzar el río Torondoy, existe un viejo mito que dice que para cruzar el río se debe hacer la señal de la cruz y tomar agua para evitar una crecida del mismo; todo con la intensión de llegar al Alto de la Cruz y dirigirnos hacia Mucumpiz.
La carretera hasta Mucumpiz requiere de vehículos de doble tracción, en su mayoría carece de bacheo y ocasionalmente presenta deslizamientos de tierra. Los pobladores de estos predios viven del cultivo del cambur, del apio y del café.
Mucumpiz guarda fuertes lazos, no solo comerciales, también sociales, con los habitantes de Piñango. Aunque decir que Mucumpiz es un pueblo es una osadía (no viven más de 20 familias en el sector) todos sus habitantes guardan tradiciones fuertemente católicas al punto de competir entre familias por la decoración de insipiente iglesia y en las actividades por la celebración de la Cruz de Mayo.