lunes, 1 de noviembre de 2010

Desde San Cristóbal (Táchira) hasta Sanare (Lara)

La semana que terminó estuve en San Cristóbal y me sorprendió ver que la otrora ciudad de la cordialidad cada vez se hunde más y más en la desidia, la anarquía y el abandono.
Pienso que así como fustigué las calamidades de otras ciudades, también debo ser realista con la situación de mi ciudad natal, por ello, desde aquí, doy rienda suelta a una serie de irregularidades que vi en solo cinco días.
La Concordia, sitio en el que residen mis padres, está hecha un total caos. Sus calles y avenidas presentan fuertísimos signos de deterioro; es más, el que más me llamó la atención fue el enorme cráter que hay justo bajo el semáforo de la Avenida Rotaria, como quien va hacia el Hiper Garzón. Lo peor es que muchos de estos huecos están llenos de aguas negras y de lluvias, que en determinado momento se desbordan y circulan libremente por las vías ocasionando no solo la contaminación ambiental por los olores que emanan de estos, sino que son foco de cría del zancudo patas blancas... y luego nos quejamos del dengue.
También debo resaltar que muchas zonas de San Cristóbal permanecen en penúmbras producto de la total ausencia de las bombillas eléctricas o peor aún, porque en los postes de alumbrado eléctrico sencillamente no llega la corriente. Esto sinceramente es de comedia, porque si fuese San Cristóbal un pueblo, pues nada pasa, sería algo hasta normal, pero el detalle es que es una ciudad catalogada entre las diez primeras del país. Es también incomprensible cómo el acceso a las zonas industriales de la ciudad, llámense Las Lomas, Paramillo o La Concordia, sea un calvario por las colas y los huecos, cuando estas deberían ser las áreas más expéditas porque significan gran parte de la producción de la ciudad.
Y todo no termina aquí, la inseguridad es otro de los flagelos que azota mi malograda ciudad. Si bien es cierto, la inseguridad hoy en día es un problema nacional, pero es inaceptable que nadie tome cartas en el asunto aún cuando ya las cifras son escandalosas. Cuando hablaba con mis amigos allá, ellos me argumentaban que los sicariatos y el robo no eran cosas nuevas, que incluso yo estaba al tanto de todo eso porque ya ese fenómeno se presentaba cuando vivía allí, y es cierto, pero en ese entonces los organismos impartían justicia en algunos casos, ahora las autoridades ni se esfuerzan en investigar porque los cuerpos delincuenciales están mejor armados que las mismas fuerzas del orden público. Mejor dicho, completamente desasistidos los sancristobalenses.
Algo que sí fue nuevo para mi fueron las colas. Ahora se hacen colas para todo, para transitar, para surtir gasolina (enormes), para mercar, para todo... Y lo más triste de todo es que si se leen los titulares de la prensa regional, todos se echan la culpa pero nadie es responsable. La indolencia y el desamparo son una constante y los tachirenses parecen no querer darse cuenta, se acostumbraron a la situación y esto por demás es lamentable.
Ayer me reincoporé a trabajar y por afanes tuve que viajar en avión desde Paramillo hasta El Tocuyo y de allí por tierra hasta la población de Sanare, donde estaba mi grupo de trabajo.
Mi primera impresión fue una ciuda más, pero allí son muy vivas las tradiciones. Aún tienen lugar unas festividades conocidas como Las Zaragozas, una suerte de Diablos Danzantes pero al ritmo del tamunangue, las cuales se festajan casi todos los fines de semana y por ello la ciudad tiene un sencillo homenaje a ellas en toda la entrada a la misma.
También en la entrada al pueblo se encuentra la iglesia de San isidro, bellísima obra maestra de la arquitectura venezolana que se encuentra en remodelación.
La ciudad, por ser una de las más antiguas del país, es también la cuna de muchísimos mitos y leyendas, pero de todas las que escuché en El Encanto, la que más llamó mi atención fue la de la Hundición de Yay, donde se tiene la creencia que la tierra se volteó para sumergir en sus profundidades a un pueblo que allí se asentaba y que recibió su castigo por la misma degeneración. Mito que me recuerda el de Sodoma y Gomorra, pero con acento venezolano.
Hay dos cosas que son muy particulares en Sanare; la primera, la longevidad de sus habitantes, la segunda, la diferencia de biomas que hay en apenas cinco kilómetros.
La capital del municipio Andrés Eloy Blanco se asienta a orillas de varias quebradas que a su vez nutren al río Yacambú, por ello, creo que la ciudad forma parte del parque nacional Yacambú, el que se destaca por ser uno de los reservorios vegetales de Venezuela cuyo verdor es perenne; sin embargo, si se toma camino hacia el noroeste, nos encontramos con un pequeño desierto con flora y fauna propias.
La iglesia de Santa Ana es más reciente pero está mejor dotada, según lo que escuchamos, que la de San Isidro. Y partiendo de nuestra ignorancia porque no conocíamos esta última, puedo decir que la de Santa Ana es una muestra palpable de la devoción venezolana, parece extraida de un libro de historia colonial, incluso el altar parece hecho en esa época; y por si fuera poco, a mi modo de ver las cosas, el pináculo de Sanare fue su plaza Bolívar; sinceramente de las mejores, completamente aseada y con los mejores jardines que hemos visto. 
Por hoy es todo, me retiro con estas fotografías para mañana madrugar.

 Sabanas en la vía de El Tocuyo a Sanare
 Capilla de Yay
 Iglesia de San Isidro
 Iglesia de San Isidro luego de un chubasco
 Homenaje a Las Zaragozas
 Niñas disfrazadas de Zaragozas
 Entrenando para la procesión del día de los difuntos
 Iglesia de Santa Ana
 Interior de Santa Ana
 Altar de la iglesia de Santa Ana
 Detalles de la iglesia
 Un pequeño retablo de la Santísima Trinidad
 Monumento a Yacambú
 Plaza Bolívar en la zona colonial de Sanare
 Vista del cerro Los Rastrojos desde antigua hacienda sanareña
 Parte del casco histórico de Sanare
 Así es el sector comercial en esta zona del estado Lara
 Posada El Encanto
 Balcón de la posada y símbolo de identidad de la misma
Corredor de acceso al comedor de la posada El Encanto