Tuvo que pasar casi un mes para regresar a la Ciudad de la Cordialidad. Aunque para muchos ya haya dejado de ser la ciudad cordial, en mi criterio personal, San Cristóbal le lleva una ventaja enorme, en cuanto a la calidez de la gente, a las demás ciudades y pueblos, así sean andinos.
Encontré pocos cambios, pero todos muy positivos, ojalá todo sea para contribuir con el progreso de la capital tachirense.
El reencontrarse con la familia es siempre, como ya lo he dicho, lo más significativo de cualquier viaje. Así no haya nada que contarse, es gratificante y muy motivante ver a todos los miembros de la familia reunidos en la mesa del comedor. Tal vez para muchos es algo trivial, incluso banal, pero para mi es motivo de orgullo aún conservar a tres generaciones familiares en un mismo ámbito, sin problemas y en la mayor de la confianza.
Regresar también tiene su lado duro, saber que ya no perteneces a ese círculo íntimo sino que vienes solo ocasionalmente, duele siempre llevar presente que tienes que despegarte de todos en poco tiempo.
A la mente siempre vienen los recuerdos de la lejana infancia, y ante la cantidad de dificultades que ha implicado crecer, me cuestiono: ¿Para qué crecer? Los mejores momentos de la vida uno los pasa bajo el techo de los padres. Es válido sentir, no melancolía, sino un sentimiento de rezago cuando ves en retrospectiva que muchas cosas que normalmente no ves, las has dejado pasar sin hacer siquiera el más mínimo esfuerzo por recuperarlas.
Cuando de nuevo te encaras al presente, sabes que ya no hay marcha atrás, que queda aprender de todas tus vivencias y seguir adelante. La vida es cortísima, ocasionalmente te pasa en un solo pestañeo.
Grandes fueron esas palabras que mi mamá me achacaba tanto en la infancia: "Las oportunidades son calvas, debemos tomarlas por el único cabello que les queda"... Será???